Este fin de semana hemos podido disfrutar en el Teatro Salón Cervantes de la obra Agnes de Dios, esta vez versionada, de una manera muy libre y personal, por Fernando Méndez-Leite.
La idea original es del dramaturgo americano John Pielmeier. La sacó de la noticia de un periódico: una monja había asesinado en su propia celda a su bebé recién nacido. El tema le llevó a reflexionar y a crear Agnes de Dios.
Para que ustedes se hagan una idea hay tres protagonistas, tres mujeres: la monja joven (Agnes, Ruth Salas) que asesina al bebé, la Madre superiora del convento (la Madre Miriam, Fiorella Faltoyano) y la Doctora Livingstone (Cristina Higueras), que es psiquiatra y quiere dos cosas: una curar a Agnes y dos averiguar la verdad de lo sucedido.
Todo este entramado para recurrir a la tan utilizada figura del doctor Sigmund Freud, tan criticado y cuestionado pero siempre presente en la vida, el arte y lo cotidiano.
En este caso Méndez-Leite utiliza la parte más visual para el teatro pero la menos real de la manera de trabajar de Freud: la hipnosis.
Freud usó la hipnosis muy al comienzo de su carrera médica, apenas dos o tres casos. El resto de su trayectoria como médico y como psicoanalista descubrió que el paciente como realmente mejoraba era hablando. «Déjeme hablar doctor», le dice una de sus pacientes cuando éste la interrumpe. Freud se pone a investigar en la cuestión, descubre el inconsciente y deja una teoría escrita, la Teoría Psicoanalítica y la fundamenta en más de tres mil páginas escritas: La interpretación de los sueños.
Y que las versiones sean libres es una opción, pero deberían ser libres respetando la teoría, cualquier teoría de la que se trate. Agnes de Dios trata, de manera muy teatral, un caso de histeria, donde utilizan a Freud como siempre para atraer al espectador, pero sin la fidelidad a lo inconsciente, a la transferencia, a la palabra, a lo hablado, al deseo, al sujeto psíquico, a la teoría.