La música tiene también poesía, sobre todo si es buena música y, en este caso, si suena Johann Strauss, Verdi, Schumann, Wagner o Mozart, entre otros.
Asistir al Gran Concierto de Año Nuevo ya es una consolidada tradición para muchos en distintas ciudades del mundo. Por supuesto que Austria es siempre la ciudad anfitriona, donde se llegan a pagar hasta 3.000 euros (y más…) para asistir al concierto del día 1 de enero. Varias agencias realizan viajes organizados donde además de ver la ciudad incluyen la entrada al mítico encuentro y hasta clases para aprender a bailar el vals. En Madrid este año la «Strauss Festival Orchestra» ha organizado una Gran Gala de Johann Strauss en octubre en el Teatro Real y el Gran Concierto de Año Nuevo primero en el Teatro Lope de Vega y después en el Teatro Monumental. Tuve la oportunidad de asistir al del domingo 4 de enero y bueno, respetando que la orquesta tocó maravillosamente no les puedo dar muchos datos al respecto porque no hubo programa (todavía no sabemos porqué, ya que los responsables de la sala no tenía respuesta para la pregunta y la petición del público). Hubo una cierta falta de rigor un tanto incomprensible porque cuando la simpatía o el humor se convierten en gracia termina por no hacer gracia.
Pero, en este caso, las piezas musicales sobrepasan cualquier contratiempo como son el «Vals del Emperador» o la «Marcha Radetzky«, esta última ya es costumbre que cierre el programa y que el propio director además de dirigir a la orquesta dirija al público como hizo Baremboin este año con el mayor entusiasmo habido y por haber en la sala.
Precioso e inolvidable es también el vals «En el Bello Danubio Azul«; pequeños instantes que acercan y difunden la música de Johann Strauss a un público cada vez más entregado y exigente.
Esperemos que esta cita, que se ha convertido ya en una de las imprescindibles del Año Nuevo no pierda calidad y frescura a favor de las interminables campañas publicitarias de «mucho ruido y pocas nueces…»