«Paralelamente, a imagen y semejanza, los humanos sentidos se afinan hacia la aurora anunciada por el alba, se abren retirándose como el alba se retira para dejar paso a esa aparición que ya no espera. Así el sentir contenido en los sentidos, el sentir que los sostiene y trasciende aparece casi amenazador. Todo el sentir oculto de donde los sentimientos se separan, escapándose a veces con alegría, aunque alegres no sean, en una suerte de libertad que algarabía puede ser. Como algarabía es ese parecer de los rayos solares que enseguida el sol único inmóvil por un momento detiene, como un absoluto que no permite el juego, el juego inicial de la vida: múltiple, dispersa, enredada en sí misma. Un preludio, un leve asomarse, una apenas nada.
Iba a empezar, empezaba ya. Y no decía nada, ni siquiera en este momento libre aún del tiempo, y aquel que la percibe y acoge goza de la libertad viviente, antes de que el tiempo comience a correr -ya que se da por sabido que el tiempo se muestra y da a sentir solamente cuando corre-, antes de que el tiempo la detenga. Pues que paradójica y hasta anacrónicamente el tiempo comienza con una pausa, con un vacío o detención. El tiempo se manifiesta inmovilizando; lo que se reitera siempre que de un modo o de otro se sobrepone a la vida vencida, aunque sea deleitosamente. Y si la vida ha de proseguir aquí, en este orden planetario, aparece la totalidad, el absoluto de algo impenetrable, desconocido -de donde comienza a fluir el tiempo, el que huye, el río del tiempo-. El irrepetible día que viene con el sol -de sol a sol se dice-, sin que se caiga en la cuenta del intervalo entre el sol y sol que la vida por sí misma aparece sin tiempo».
«Todo ello, y más aun que se calla, no puede ser ni siquiera balbuceo sino llanto, a lo más, llanto por el verdadero amor; que mucho hubo de retirarse lo crecido para llegar a la escisión de la vida misma. Del verdadero amor. Apareciendo de una parte el ser escindiéndose, el amor eclipsando a veces al ser, quedando, de otra, la razón apesadumbrada por no haber podido evitar esa escisión. Y el amor, ‘ay el amor'».Fragmentos del libro De la Aurora de María Zambrano.